jueves, 25 de abril de 2013

El secreto de la capa roja | Capítulo 2


Capitulo 2
*
—¿Qué haces aquí? —Bill casi ladró las palabras en dirección al lobo que lo miraba cómicamente desde su posición donde aguardaba con varias cajas apiladas en sus brazos. —¿qué le hiciste a la abuela?
—Tranquilo niño—le riñó ella con cariño asomándose desde el armario pero sus ojos estaban puestos en el acusado —,Tom solo está ayudando a esta pobre anciana.
—Si, pobre anciana—roló los ojos recibiendo una mirada de advertencia que no pasó desapercibida para Bill.
—¿Qué me perdí? —Inquirió el adolescente en tono serio mirando primero a uno y después a otro.
—Nada cariño, nada.

La respuesta de su abuela no ayudó en mejorar su huraño tono de voz lo que, a su pesar divertía más al lobo que seguía con una sonrisa tan ancha que sus colmillos se asomaban capturando toda la atención de sus sentidos provocando que por poco no percibiera el aroma que emanaban de las cajas.

Su nariz se movió inconsciente tratando de captar el aroma pero no podía reconocerlo, olía a viejo y humedad revuelto con algo más que no sabía que podría ser. Su abuela al ver que no contestaba y el motivo de ello decidió intervenir

—Bill, acompáñame a la cocina mientras mi nieto se encarga de estas cajas—dijo con una sonrisa, pero paso desapercibida la mirada que le dedicó al susodicho pues él cachorro miró a Tom con una clara interrogante.
—¿Sorprendido? —le guiñó causando que las mejillas de Bill enrojecieron de enojo.
—Ni una pizca, idiota —gruñó de mala manera mientras apretaba los puños.

La callosa mano en su hombro lo detuvo de iniciar una pelea, los ojos grises de su abuela lo contemplaban con su habitual inteligencia muda que lo hizo sentir mal ante su arrebato. Agacho la cabeza con sumisión mientras sus orejas se pegaban al cráneo.

—Son dos jovencitos apuestos, no deberían pelear por tonterías —dijo con calma mirándolos.
—Lo siento, abue—Bill susurró levantando apenas la mirada, en cambio Tom hizo una reverencia.
—Le ofrezco una disculpa señora, no volverá a ocurrir. — el tono de su voz había cambiado tanto que Bill no pudo cerrar la boca a tiempo debido a su sorpresa. La anciana le facilitó el proceso con uno de sus dedos y una sonrisa que no pudo evitar.
—Cuando estés listo, únete a nosotros. Debemos...—la anciana titubeó un segundo mirando al lobo, se corrigió agregando —: tendremos visitas.

Tom tragó con fuerza pero si algo en esa declaración lo afectó Bill no pudo verlo, sus orejas se elevaron ante la palabra "visitantes".

—Yo debería volver ya, mamá...— Bill se detuvo abruptamente ante el siseo que Tom le dirigió, los ojos que hasta ese momento habían sido cálidos y burlones ahora eran atemorizantes para él. Su cola se tensó ante el peligro y el sueño que había tenido empezaba a cobrar fuerza, necesitaba huir.
—Agus viene, lo cierto es que fui a buscarte esta tarde Bill —la abuela lo miró seria, intentando no decir algo que podría asustarlo aún más. —, pasarán la noche aquí.

Bill no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza dirigiéndose a la cocina, el entusiasmo que había sentido al iniciar esta pequeña travesía empezaba a agotarse y con ella su buen humor. Cuando bajaba las escaleras escuchó una casi acalorada conversación, y era un casi porque esta se llevaba en susurros tan bajos que apenas y podía escuchar, más sin embargo el enojo era palpable en el sonido de las voces.

—¿Estas bien? —el Señor Bigotes le preguntó al verlo tan serio, Bill asintió dirigiéndose a la cocina, la mesa había sido limpiada pero su canasta seguía intacta donde la había dejado—, estas preocupado, cuéntame.
—¿Quién es él?—susurró acercándose al gato para alzarlo y mirarlo directamente a los ojos.

Los ojos ambarinos lo observaban con la sabiduría que había visto en la anciana en el piso superior, era algo que apenas en esta ocasión había notado. El gato apenas contestaría cuando el sonido de la puerta se escuchó, las orejas de Bill se movieron al compás del mismo haciéndola dirigirse para abrir.

—¿Quién es?—preguntó intentando que la voz no le temblara.
—Abre, antes de que destroce la puerta —una voz femenina gruñó en cambio, Bill siseó en contestación.
—Esta bien, calma los dos —el Señor Bigotes se removió en los brazos del chico felino, pero era tanta la fuerza que ejercía en su pequeño cuerpo que no pudo escapar de la prisión—.Bill abre, es Georgiana.
—¿Bill?—la puerta se abrió dando paso a una chica realmente hermosa que dejo al aludido petrificado, unos intensos ojos verdes lo observaban con curiosa morbosidad, el cabello era largo y sedoso de un castaño que parecía caoba. El vestido era de un tono azul oscuro que en las sombras parecía negro, y el corsé apretaba de manera deliciosa su cintura y sus pechos eran tan perfectos que Bill tuvo que desviar la mirada avergonzado. La chica rió con ganas al notarlo despeinándolo y acariciando sus orejas negras—. El gatito se sonrojó, que adorable.
—Yo no diría que adorable es la palabra adecuada para él. —Tom tenía una mirada sombría al hablar, bajaba las escaleras sosteniendo el brazo de su abuela.
—Llegas temprano —ella dijo con voz suave —, aún no hablo con él.
—¿Por qué todos hablan como si no estuviera? Estoy aquí —Bill siseó con enojo mirando específicamente a Tom, era como si toda su furia era desviada hacia él.
—Creo que es mejor que yo se lo diga —Agus hizo su aparición en ese momento con una sonrisa calmada que envolvió a Bill, sin dudarlo se acercó hasta rodearlo con sus brazos en señal de protección. —Siento haberte dejado solo con esto. —Murmuró en su oído.
—Necesitamos estar todos presentes —Georgiana señaló con la barbilla la mesa empezando a dirigirse para allá —; no solo son ustedes dos ni sus clanes, somos los cuatro. La armonía del bosque depende de esto.
—No sé de qué hablan —Bill estaba empezando a abrumase mirando a todos discutir lo que sea que fuera donde estaba él incluido
—Es mejor si lo dejamos decidir a él —El Señor Bigotes miró a la abuela con algo más escrito en sus ojos.
—Bill, cariño ¿podrías soltar a mi marido?

La respuesta fue inmediata, lo soltó con gran rapidez causando que el pequeño gato cayera al suelo en sus cuatro patas, pero con una mueca de enfado notorio.

—Suavemente muchacho —gruñó empezando a andar al comedor —, síganme todos, es hora de decidir le guste a quien le guste.

Los otros chicos asintieron, Tom dio el paso para que Agus y Georgiana pasaran mirando de reojo a Bill.

—Apresura el paso— ordenó con voz tensa, a lo que el cachorro negó.
—Tú primero.

El lobo siseó dándose la vuelta como única respuesta dejando a Bill con la abuela a su lado.

—No seas tan duro con Tom, es un buen chico —ella dijo acariciando una de las peludas orejas de Bill, esta se movió arriba y abajo tratando de escapar de la caricia—. Tienes miedo porqué no lo conoces, él nunca te haría daño.
—Pero, yo si puedo.
—¿Herirme tú a mi? —el lobo lo miró con su característica sonrisa engreída desde el marco de la puerta —, es mejor si me temes, el lobo siempre tiene hambre.
—Eso está por verse. —Bill replicó con mala cara empezando a dirigirse a la cocina, todo el mundo estaba sentado con una taza delante en la mesa para diez personas donde solo la mitad era usada, la abuela estaba a la cabeza con aire ausente mientras Agus que se sentaba a su izquierda platicaba animadamente con Georgiana a la derecha de la abuela. Ambas se miraban realmente radiantes, mantenían sus mejillas en un tono rosado que amenazaba con volverse más profundo si las miradas no eran retiradas de la muda observación de la otra. Tom se encontraba al lado de Georgiana con una expresión que a Bill se le complico leer, cuando sus ojos se encontraron desvió la mirada rápidamente al suelo donde el gato lo esperaba.
El señor Bigotes lo miró con cierto rencor disimulado por lo que el chico felino se sonrojó.  Sus ojos inquietos se pasearon por la estancia mientras que el olor a leche caliente llenaba sus fosas nasales, con un ronroneo se sentó frente a esa taza en particular haciendo que alguien ahogara una risita.
—Es bueno saber que sus gustos no cambian con los años —la abuela sonrió con cariño levantando su propia infusión de hierbas para llevársela a los arrugados labios—, ¿están listos?
El menor vio asentir a los presentes e inmediatamente tres pares de ojos lo miraron fijamente.
—Bill, hijo de Jörg. —La abuela había empezado a brillar con una extraña capa de luz plateada que le erizó los vellos de la nuca, más que eso, la voz de la anciana había cambiado hasta convertirse en un tono dulce y joven, el cabello blanco seguía en su lugar pero ahora una niña de no más de diez años lo miraba fijamente—, guardián del Norte ¿vienes en paz o en pos de la guerra?
Sus orejas se movieron ante esas palabras, era algo en su sangre demasiado viejo como para que este no se hubiera arraigado con fuerza. Podía sentir el poder y el mandato que se extendía por todas sus palmas. Él era un guardián.
Y estaba aterrorizado.
—Y-yo —tartamudeo sin saber que decir. Los demás habían levantado la mirada, ignorándolo completamente por lo que se sintió demasiado perdido, y esa soledad fue peor que la pregunta que no lograba comprender del todo. Lo único que sabía era que si tomaba la segunda opción estaría probablemente arruinándolo todo, así musitó débilmente—: En paz.
La primera en bajar la mirada fue Georgiana que se miraba muy decepcionada.
—¿Eso fue enserio, Bill? —preguntó negando con tal mueca en sus facciones que parecía que alguien estaba apretando demasiado su corsé. —¿Es lo mejor que tienes?
—¡No sé ni porque debo decir algo! —replicó con las manos en puños, empezaba a de verdad irritarse y nadie quería verlo enojado.
Algo chocó contra su mejilla demandando su atención. Bill se volteó solo lo suficiente para ver a Agus sonreírle con dulzura y su rubia cola serpenteando para alcanzarlo.
—Luna solo bromeaba, lo que queríamos hablar contigo y como ya habrás notado, nos hizo reunirnos a todos aquí —apuntó a cada uno de los presentes con aire ausente —, es que tú comprendas el legado que te dejó tu padre.
—No sé si es lo que quiero. —Dijo Bill en cambio obteniendo un siseo por parte de Georgiana.
—Demasiadas generaciones han ido y venido, tú no serás el primero en romper el equilibrio que mi padre se ha encargado de construir durante décadas —amenazó con un gruñido.
—Georgie. —Agus cambio su tono mientras le mostraba sus colmillos, la otra contestó a la invitación con un gruñido aun más fuerte.
—Él no es tu cachorro, no tienes que defenderlo.
—Basta las dos, esto es serio—el Señor Bigotes intervino bloqueando el contacto de miradas, se sentó justo delante de Bill cuando las chicas no emitieron palabra alguna—, Bill escucha, nadie va a obligarte a nada que no quieras. Tu antepasado lo pidió en el tratado y como tal esa cláusula se respeta. Lo que queremos que entiendas es que tú eres un guardián, puedes sentirlo correr por tu sangre aún si fuiste educado con humanos el bosque te llama y no puedes evitarlo.
—Tengo miedo —dijo despacio, demasiado bajo como para que un oído humano lo notara sin embargo todos los presentes lo escucharon a la perfección.
—Ven conmigo—Tom ordenó con la vista fija en el pelinegro quien vaciló un segundo —, no te haré nada. El norte y el sur son polos opuestos, pero pueden entenderse bien.
El lobo se encaminó hasta la escalera con paso seguro, entre tanto Bill se debatía si sería buena idea.
—Lleva tu taza, la leche es deliciosa —su prima murmuró dándole a entender que su batalla interna estaba perdida, se levantó dejando la taza ahí. Si algo pasaba, y no es que él quisiera que lo hiciera, sólo entorpecería sus movimientos. Con un suspiro Bill siguió al lobo hasta una de las habitaciones, la cual daba hacia el norte.
Tom lo miró con una pequeña sonrisa.
—¿Puedes olerlo? —la pregunta tomó a Bill por sorpresa, pero su nariz se movió olfateando en cuanto la palabra oler se registró en su sistema nervioso.
—El olor de...—se detuvo a sí mismo, con la curiosidad que lo caracterizaba empezando a emerger —, oso —olfateo hacia el este, moviendo su cuerpo ligeramente en esa dirección — ¿Un lince?
—Exacto, ¿qué más? —Tom estaba lo más lejos que podía de él, tratando de no entorpecer los sentidos de Bill, tenía nulo conocimiento de cómo era el alcance del cachorro.
—Lobo, pero no huele...—Bill lo miró parpadeando, absorbiendo todo el conocimiento de su entorno y que antes había pasado por alto.—como tú.
—Mi padre, es su olor. —el cabello cayó sobre su rostro haciendo que al menor se le dificultara ver la expresión que cruzó por sus facciones —,¿es todo?
Bill intentó olfatear un poco más, bloqueando los demás olores que demandaban su atención y que parecía que lo envolvían con su poder.
—Huele a...— enmudeció de repente mirando a Tom.—¿Es...?
—Si, vamos. —se acercó empujándolo suavemente, la cola negra se enroscó en su brazo con nerviosismo. —Él no está aquí, lo sabes.
Bill quería decirle que estaba equivocado, que su padre había hablado con él antes de que se despertara. Pero no dijo nada, no podía exponer algo que ni el mismo sabía que era.
—Oye, todo está bien. —Tom sonrió un poco, lejos de todos; la frialdad y arrogancia habían desaparecido —, es bueno estar asustado.
—¿Tú has sentido miedo? —preguntó Bill inocente, la mirada fija en la puerta que se acercaba más hasta sí.
—Una vez—reconoció el lobo mientras tomaba el picaporte y abría dando fin a la conversación.
El interior estaba cálido, nada comparado a lo que Bill esperaba de una habitación que tenía casi dieciocho años sin usarse, las paredes estaban pintadas con paisajes del bosque que el cachorro presumía eran del norte. El techo era la réplica perfecta del cielo nocturno lleno de estrellas, sólo la luna no estaba a la vista.
—¡Una estrella fugaz!— Bill gritó con asombro mientras esta cruzaba de un extremo al otro de la habitación.
—Te has hecho muy humano —Tom habló con un deje de amargura, las orejas de Bill se movieron en respuesta—, ¿nunca sentiste el llamado?
—Siempre he querido perderme en el bosque, es... algo dentro de mi —el felino desvío la mirada al suelo, lucía sin esperanza —, mi madre dijo que... —el cachorro no sabía cómo explicarse, no después de la tensión del otro ante la mención de su progenitora.
—Que era mejor no correr riesgo. —Completo el otro. Las orejas se alzaron ante eso mientras la cola se erguía con reconocimiento. Tom soltó una risa floja mientras negaba. —Debí suponer que eso pasaría.
—¿Debiste? ¿Qué quieres decir con eso?—Bill se puso frente al lobo con clara confusión en sus pupilas.
Las fosas nasales lobunas se expandieron ante la cercanía, sus ojos que hasta ese momento habían estado opacos adquirieron un matiz diferente. Los vellos de la nuca de Bill se erizaron ante el cambio tan brusco en el ambiente, pero el menor esperaba su respuesta.
—¿Qué ves en la habitación? ¿algo mágico o algo natural? —Tom empezó a preguntar mientras su cuerpo temblaba con cada movimiento, él mismo negó antes de obtener una respuesta—. Es demasiado tarde, esa bruja se salió con la suya.
Bill gruñó lo más fuerte que pudo en amenaza.
—Cuida tus palabras —advirtió con enojo, todo el encanto había sido sustituido ante el arrebato del lobo.
—¿Cuidarlas? Ja, es una escoria que no merece siquiera ser nombrada.
El golpe que le propinó no lo hizo moverse ni un ápice, en cambio Bill se encontró con una mirada llena de frialdad.
— ¿Tan pronto te olvidaste de mi?
Las palabras estaban llenas de amargura y dolor que hizo que el tierno corazón del adolescente se estrujara, pero antes de que pudiera contestar unos pasos en las escaleras hicieron rugir al lobo con fuerza. Se precipitó a la ventana donde saltó perdiéndose en la oscuridad.
—¡Bill! —Simone llegó hasta él abrazándolo como si quisiera protegerlo de algo malo, pero para él, era como si le hubieran arrancado una parte vital de sí mismo.
Y se preguntó si es que esa era la primera vez que se encontraba con Tom.

domingo, 20 de enero de 2013

El secreto de la capa roja


Nota del autor: En respuesta al reto de Pink Girl del grupo de facebook  TH Kinky Twink.
Espero les guste.


Capitulo 1
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—Jugaremos en el bosque mientras el lobo no está, porque si el lobo aparece a todos nos comerá —el canto de los niños era escuchado en aquel pequeño pueblo tranquilo perdido entre las montañas. Ajenos en su inocencia de los peligros que conlleva vivir cerca de las fauces de los depredadores.
—Lobo, lobito ¿estás ahí? —.Cantaron al final deteniéndose a mitad de la vuelta que hacían al compás de su melodía, intentaron escuchar pero no había más que el sonido de la madera crujir bajo el yugo de los hombres de la tribu.
—Es inútil, no vendrá —.Alexander el mayor de todos los niños reunidos bufó molesto. Sus labios pequeños se apretaron en una delgada línea debido a la ira contenida en su cuerpo mientras sus ojos verdes chispearon ante la impotencia.

Un manto rojo proveniente de entre las sombras inundo la visión de los niños.

—Ahí viene la caperucita roja —se mofaron al unísono mientras la figura salía del escondite, los profundos ojos avellana estaban temerosos ante tal escrutinio.

Era un chico cobarde a pesar de su edad, oculto tras el manto que representaba la única salida a la realidad que lo atormentaba. Su cuerpo largo y delgado paso entre la multitud mientras se abrazaba a la caperuza que portaba, el cabello negro se escapo de la prisión que era su coleta haciéndolo estremecer.

—¡Monstruo! —gritó uno de los pequeños mientras empezaban a rodearlo coreando esa palabra. Se tomaron de las manos girando nuevamente en torno al chico de la capa roja.

El cual se dejo caer abrazándose a las rodillas, empezando a temblar. El terror se apoderaba de él, recorriendo su cuerpo centímetro a centímetro mientras sus oídos zumbaban con la palabra monstruo en ellos.

—Niños, basta —una chica de cabellera rubia se acercó ante tal alboroto, sus ojos marrones observaron la escena mientras su nariz hacia un mohín al comprender, gruño para sí levantando al muchacho con fuerza —.Andando Bill.
—Agus, no quiero —susurró con voz cansada.
—Simone te busca —dijo empezando a jalarlo con ella, si algo la definía era el ser terca, muy terca.

Bill asintió dejándose llevar por su prima, la prometida del cazador del pueblo. ¿Qué más daba para él si la obedecía? Siguió la figura envuelta en el ajustado vestido color jade, mientras sus agudos sentidos intentaban sin éxito callar los susurros que perforaban sus oídos. Divisaron no muy lejos la choza de Simone, Agus llamó a la puerta esperando sin demorar más de tres minutos en recibir una respuesta.

La mujer castaña salió abrazando a Bill mientras acallaba los sollozos que irrumpían de su pecho.

—No hagas eso otra vez —lo reprendió apretando tan fuerte que Bill tuvo que utilizar sus manos  como una palanca para alejar a su progenitora, cuando se vio libre de la prisión en que se había convertido sus brazos tomo aire desesperadamente.
—Lo siento madre —se disculpó avergonzado mientras sus mejillas se pintaban carmín —.Solo di la vuelta.
—Eso es peligroso Bill —dijo Agus con el ceño fruncido.

Bill  siseo sin quererlo, enojado consigo mismo por ser lo que era. Cansado y demasiado molesto por arrastrar a su prima y a su madre en la situación de haber nacido como lo había hecho. Porque era un monstruo en cada una de sus letras.

Simone acarició su cabello empezando a despojarlo de la caperuza roja, unos pequeños triángulos peludos se movieron mientras que la cola en la cintura de Bill dejó de ejercer fuerza elevándose hasta rozar los brazos maternos.

—No quiero perderte —habló Simone con voz rota por el nudo que empezaba a formarse en su garganta. Las orejas de Bill se pegaron al cráneo mientras que en su pecho un ligero ronroneo comenzaba, como una melodía que intentaba calmar los males de su madre.
—Solo quiero poder ser quien soy —el tono agonizante de Bill hizo que el corazón de Simone se estrujara fuertemente.

«Soy la responsable de que sea infeliz. », pensó tristemente.

La cola de Agus salió de debajo de su vestido empezando a juguetear por el rostro de Bill, en un intento de animarlo como cuando era apenas un bebe.

—Agus —se quejó él con tono juguetón.

Ella le sonrió mientras lo cobijaba en un abrazo. Bill ronroneo en respuesta sabiendo, aun sin una comunicación oral lo que ella trataba de decirle.

—Bill —Simone cortó el momento entre primos para mirarlo con preocupación, pero con una sonrisa adornando sus labios —,¿quieres llevarle pastelillos a la abuela?
—¡Sí! —.Cantó victorioso dando pequeños saltos de emoción.

«Se ve radiante», Agus sonrió con cariño, con el paso de los años Bill se había convertido en un pequeño cachorro para ella.

Si, ambos no eran personas normales. Habían seres que la mayoría de los pueblerinos llamaban demonios, pero no lo eran. Eran guardianes del bosque, y como lo que eran se quedaban entre las sombras, solo observando lo que ocurría a su alrededor.

El propio padre de Bill era un guardián pantera que se había enamorado de Simone años atrás, casi al punto de abandonar su amado bosque. Aunque antes de lo que ambos creyeron Jörg había sido asesinado cuando había intentado escapar de su destino para tener su final feliz. A Simone aun le dolía su muerte profundamente, más cuando la noticia de su embarazo se hizo oficial.

Todos sin excepción le habían dado la espalda, acusándola de hereje. Y cuando el niño había nacido con las orejas y cola propia de un felino no le quedo otro remedio más que huir. Huir hasta  llegar al bosque donde vivía su hermana, cerca de la casa de la que aun sin sangre de por medio había considerado su abuela, siendo recibida con los brazos abiertos. Quién diría que dieciséis años pasarían tan deprisa.

 —¿En qué momento creciste tanto? —musitó Simone en un susurro demasiado bajo para que alguno de los presentes la escuchara, sonriendo ante la alegría de su pequeño.

Esta se debía más que nada a que Bill en sus dieciséis años jamás había recorrido el bosque solo, la mayoría de las veces Agus hacía de niñera para él. Simone sonrió aún con la angustia en su pecho, tenía que dejar que Bill hiciera esto. Era casi un adulto.

Bill espero impaciente a que la canasta repleta de panecillos de canela estuviera lista. Sus orejas sensibles se movían cada dos por tres ante los movimientos de su madre en la cocina. 

El olor a leña quemándose produciéndole un cosquilleo en su desarrollada nariz. La alegría que tenia dentro de su cuerpo delgado era casi imposible de contener.

La canasta fue puesta frente a él, con cinco panecillos, un poco de miel de abeja y alguna fruta.

—Recuerda que la abuela es algo mayor —empezó Simone, pero Bill lo interrumpió rápidamente.
—Debo ir con cuidado, sin sobresaltarla y que no vea mis orejas de repente —terminó por ella con una sonrisa tomando la pequeña canasta, la impaciencia ganándole a su cautela.

Salió corriendo después de despedirse con un beso en la mejilla de ambas, Agus escondió la cola rubia bajo la enorme falda de su vestido.

—Estará bien Simone —la consoló apretando suavemente sus hombros —. Puede cuidarse solo.
—Me preocupa que…—paró sus palabras abriendo enormemente sus ojos—. ¡El lobo!
Simone corrió tras de él, pero era demasiado tarde. Lo único que se veía de Bill era una ligera nube de polvo.
—Bueno, no creo que le pase nada malo —.Agus intento tranquilizarla y Simonne le creyó. Al final de cuentas, Bill era parte del bosque así como el bosque formaba parte de lo que él era —.Debemos hornear un pastel —le recordó después de unos momentos.
—Espero que no lo encuentre.

~*~

Mientras tanto en el bosque, Bill se encontraba caminando alegremente ocultando su verdadera apariencia bajo su caperuza preferida. Abrazó la canasta pegándola a su pecho donde su corazón latía agitado debido a su alegría.

Si, tal vez estaba siendo un tanto infantil, pero ¿qué importaba? Era la primera cosa que podía hacer sin que alguien más tuviera que cuidarlo. Sin que nadie lo llamara monstruo.

Sus orejas decayeron bajo la capa, viéndose imposibilitado para ganarle a la tristeza. ¿Qué tenia de malo ser como él era? Bill no entendía por qué lo trataban tan cruelmente, seguía siendo igual a todos, con orejas y cola de un felino, pero igual de todas maneras. Podía sentir, razonar ¿eso no contaba?

Una suave fragancia capturo sus sentidos, sin pensarlo se dejo caer cuidando la canasta en todo momento. A la abuela le alegrarían unas flores, de eso estaba casi seguro. Empezó recogiendo las que le parecían más lindas, tenían un olor suave que lo hacían sentir en paz.

«Lilas», pensó mientras cerraba los ojos.

Una presencia se posicionó en su espalda, haciéndolo estremecer. Volteó rápidamente solo para encontrarse con unos ojos marrones muy cerca de los suyos. La respiración se le atoró en la garganta, podía sentir sus huesos como gelatina. Nadie, a no ser su madre o Agus se habían aproximado a él de esa manera.

—Te deje sin habla —.Dijo el extraño con una voz demasiado provocativa para los desarrollados sentidos de Bill —, soy demasiado sexy para tus sentidos —.Se burló de la pequeña línea de pensamiento del pelinegro, el cual enrojeció mientras señalaba a los pies del arrogante chico.
—¡Estas pisando mi cola! —le gritó, demasiado tentado a empujarlo pero se contuvo. Simone lo había educado mejor que eso.
—Ah, era eso —se movió unos centímetros dejando la peluda cola de Bill en libertad —, ¿debería disculparme?
—¿Lo sientes en verdad? —preguntó con recelo.       
—Lo cierto es que no —.Se rió él extraño causando que Bill frunciera el ceño.
—Entonces no lo hagas y déjame en paz —gruñó enderezándose de repente para alejarse de él.

Tomó las flores metiéndolas con cuidado en la cesta, lo que menos quería era arruinarlas por un arranque de enojo debido a un lobucho desconocido, porque eso era; un demonio lobo. Bill podía olerlo correr por su torrente sanguíneo, un antiguo linaje de lobo que lo obligaba a arrugar la nariz.

—¿La caperucita roja se ha enojado? —preguntó el lobo con una sonrisa burlona, la poca paciencia de Bill estaba llegando a su límite. Contó mentalmente hasta diez, decidido a ignorar a ese ser tan molesto.

El pequeño felino recogió la canasta ajustándose el gorro de su caperuza esperanzado en que no identificara su extraño aroma, y así sin decir palabra se dio la vuelta emprendiendo de nuevo su camino.

—¿A dónde vas? —inquirió de nuevo el extraño, sus rastas se movían al compás de sus movimientos hipnotizando los sentidos de Bill, pero la ley del hielo danzaba entre ellos, enojando al menor y divirtiendo al mayor de sobremanera.

Bill intentó huir y en cada uno de sus movimientos era interceptado por el lobo. Siseó en advertencia, pero era en vano. El chico lo miraba con esa sonrisa engreída.

A lo lejos alcanzó a divisar el camino que había abandonado para recoger las flores, su mente empezó a barajear la posibilidad de correr hacia ahí y tal vez (con un golpe de suerte) el chico-demonio dejaría de seguirlo.

No lo meditó ni un segundo más, echo a correr sintiendo como sus sentidos agudizarse, sus orejas alcanzaron a captar la sonora carcajada de su acosador, gruñendo al notar que ese simple sonido opacaba cualquier otra cosa para sus sentidos.

—¡Soy Tom!

Escuchó el gritó del lobo, no le importó. Lo único que deseaba en ese momento era llegar a casa de su abuela. Suspiró cuando la esencia (y presencia) se volvió solo un mal recuerdo en su memoria.

La felicidad de Bill se renovó cuando una mariposa paso cerca de él casi rozando su nariz.

—Que bellos colores —dijo con una sonrisa mientras su cola serpenteaba bajo su manto rojizo.

Frunció un poco los labios mirando a todas direcciones, al no ver nadie más a su alrededor se desprendió de la obstrucción en su cabeza dejando libres sus pequeños triángulos negros, los cuales se movieron captando cada sonido presente en el aire.

Movimiento que se vio interrumpido cuando cayó en la cuenta que el lobo había pisado su cola, ¿por qué no menciono algo sobre eso? Bill sacudió la cabeza, era mejor no pensar en ese chico tan engreído.

~*~

Había perdido mucho, mucho tiempo. Bill era consciente de eso por la manera en que el sol estaba sobre su cabeza, se ajusto la capa acomodando sus triangulares orejas bajo su cobijo.
Decidió que lo mejor era volver a tomar el camino hacia la cabaña de su abuela lo más pronto posible. Acomodo las flores con cuidado de no dañar los alimentos, acuñando la canasta contra sí.
Los pájaros que lo habían estado observando todo el tiempo empezaron su canto mientras lo seguían, el chico gato sonrió al notarlos siguiendo la melodía con su voz, utilizando ese tono dulce con el cual Simone le cantaba de pequeño.
Después de un rato su visión se llenó con la imagen de una casucha pérdida entre grandes enredaderas y frondosos árboles, varios colibríes revoloteaban alimentándote del dulce néctar de las flores mientras el Señor Bigotes se estiraba perezosamente frente a la ventana.
—Hola —.Bill le habló al viejo felino, quien sólo atino a ronronear cuando sus dedos rascaron tras sus orejas —,¿está la abuela?
—No, acaba de salir —.El gato contestó a la pregunta bajándose de su improvisada cama, para pararse justo al lado de una maseta —, pero la llave esta aquí, puedes pasar.
Bill sonrió agradecido que su capacidad de entendimiento hacia los animales no se hubiera debilitado con el pasar de los años. Tomó la llave abriendo la puerta, para que su nariz se arrugara con el olor dentro. Dejó la pequeña canasta en la mesa, o en el reducido espacio que quedaba libre.
Se quito la caperuza con cuidado de no causar alguna ráfaga de aire, lo que menos quería era mover la infinidad de libros que había frente a él.
—Qué extraño —.Musitó con recelo empezando a olfatear, por un instante habría jurado que el aroma de un lobo estaba presente.
—¿Qué sucede? —el Señor Bigotes llego hasta Bill con su andar tranquilo, restregándose en las piernas del menor  quien se agacho para cargarlo.
—Juraría que olía a lobo —dijo sin pensar, el gato entre sus brazos se tensó un poco aunque se repuso rápidamente.
—Necesitas descansar, ven vamos a sentarnos —.Bill lo siguió repentinamente cansado, recostándose en el sofá más cercano ante los ojos gatunos.
Se dejo guiar hasta casi la inconsciencia con una paz profunda, o ese era su plan. En cuanto sus pensamientos se veían confusos por el sueño sintió el peso de otra mirada. El ceño de Bill se frunció un poco, imposibilitado de abrir sus parpados.
—¿Bill? —Escuchó una voz en su cabeza, a lo que él contestó con un siseo causando una risa en su interlocutor —,¿puedes verme?
A pesar de que el menor trató de ironizar con la situación, el timbre de voz le resultaba vagamente familiar y a pesar de que apenas era capaz de escucharse claramente sin un pequeño eco, como si estuviera a gran distancia; era una voz que le decía que debía hablar con respeto, la razón ni el mismo podía explicársela.
—No señor —dijo con voz ligeramente temerosa, su cola serpenteo como siempre hacía cuando se encontraba nervioso. Quiso preguntar el cómo sería posible para él verlo, si sus ojos se negaban a responder las órdenes de su cerebro.
—No intentes verme con los ojos, mírame con el corazón.
—¿Papá? —preguntó Bill sintiendo una nueva emoción en su cuerpo felino.
En cuanto lo hizo una fuerza mucho más poderosa que la gravedad lo expulsó de su cuerpo, arrastrándolo a una dimensión desconocida para él. Se sentía ligero, como si las estrellas hormiguearan por su piel, más allá de eso, se sentía en paz.
Sus ojos revisaron el lugar donde se encontraba con una calidez felina, como un cachorro en busca de uno de sus padres.
—Bill —la misma voz le habló, esta vez más cerca. Él aludido se dio la vuelta encontrándose con una pantera que lo miraba, el amor destilando por sus ojos marrones.
Gritó arrojándose al cuello del felino mientras las lágrimas luchaban por salir, el enorme gato lo empujó con suavidad haciendo que cayera sobre su trasero.
—No tengo mucho tiempo —. Jörg dijo con un suspiro, pero al levantar la mirada pudo notar como Bill trataba de sofocar un puchero. Se aproximó hasta el cachorro para rodearlo con una de sus poderosas patas atrayéndolo a su cuerpo —. Lamento no haberte visto crecer, pero quiero que sepas que nunca deje de amarte o a tu madre, ustedes dos son lo más importante para mí.
—Lo sé —.Bill sabe que dice la verdad, pudo sentirlo nada más tocar el pelaje de su padre.
—Soy el guardián del bosque hijo mío —la pantera habló apretando los dientes—. Se ha extendido el rumor que el otro guardián está a punto de morir, por lo que su hijo tomará su lugar.
Bill enfocó la mirada en su padre, a pesar de tener la forma de una pantera podía notar como los sentimientos atravesaban su rostro y el porqué su madre lo había amado. Las palabras que de sus labios brotaban debían significar algo, pero Bill no podía notar que tenía que ver él en eso.
—Si eso pasa, tú deberás tomar la custodia del bosque norte.
—Pero si solo soy un niño —musitó mordiéndose el labio, su padre intento sonreír para tranquilizarlo sin conseguirlo.
—El chico también lo es, pero no es eso lo que temo —.Jörg mostró sus colmillos en frustración.
Una sombra voló en dirección de la pantera, haciendo que Bill retrocediera y que las palabras de su progenitor fueran cortadas de tajo. La propia figura de Jörg se perdió, haciendo que al cachorro le resultara imposible decidir quién era quién.
No puedes evitar que suceda.
La voz siseo en la cabeza de Bill haciéndolo doblarse de miedo, su cola se crispó y los vellos de sus brazos se erizaron. Ese timbre de voz le resultaba familiar, pero no recordaba el lugar exacto de donde la había escuchado.
Bill, hijo no dejes que te…
—¡Despierta dormilón!
El señor Bigotes se arrojó sobre su estomago, provocando que un siseo saliera de los labios de Bill.
—Eso me dice que tuviste un mal sueño —se rió el gato frotándose contra él—, la abuela llego, está en su cuarto.
—¿Por qué no me despertó? —.Inquirió Bill con el ceño fruncido, aun la extraña imagen de su padre lo tenía preocupado.
—Dijo que estaba cansada, no te vio.
Aquello resultaba probable, la abuela era una anciana mayor y despistada. Bill hizo una mueca extraña mientras olfateaba en la habitación.
—Hay un lobo aquí —dijo al fin, notando que la cabeza del gato giraba en su dirección. La sospecha bailo en esos ojos amarillos mirando hacia arriba.
—Viene de allá.
Bill se apresuró por las escaleras hasta llegar al cuarto de la abuela, el olor a lobo se incrementó considerablemente también. Abrió la puerta sin cuidado causando que esta se estrellara contra la pared.
—Tú…
La sonrisa que le dirigió la persona dentro del cuarto lo hizo estremecer.



jueves, 3 de enero de 2013

Stendhal


Stendhal
Para Tomie, haberse mudado a escasos dos meses para terminar su año escolar no había sido la decisión más madura y responsable que su padre había hecho, aún si era por trabajo. Peor, haber dejado atrás a todo lo que le era familiar la hacía sentirse confusa. Aunque no es como si fuera a extrañar a alguien en primer lugar, lo único que echaba de menos era el confort de lo conocido.
Suspiro audiblemente saliendo de su ensoñación con un parpadeo, sin intención había estado garabateando distraída sobre su libreta. Su ceño se frunció en concentración dando trazos delicados sobre lo que fuera la extraña cosa sin forma que hacía.
—Como recordarán —la voz del maestro cortó de tajo la frustración que empezaba a emerger en ella, cuando cayó en la cuenta de lo que estaba escrito en la pizarra: una fecha. No pudo más que regocijarse y estremecerse al mismo tiempo —, el proyecto final es entregar una muestra del arte en la que más se destaquen. Deben decirme desde ya que es lo que planean entregar, en base a eso les diré quien será él o la modelo que les tocará.
Escultura, decidió Tomie en su fuero interno de manera rápida, solo sería necesario decidir los materiales para hacerlo. Sonrió complacida consigo misma con su elección.
—También, entre más rápido se decidan mejores modelos tendrán. Y les dejo en claro algo, no habrá cambios de ningún tipo sin excepción —los chicos empezaron a hacer silbidos para nada educados causando que la vena en la frente del maestro de Tomie empezara a palpitar con violencia. —¡Se verán obligados a pasar al menos una hora desde la próxima semana con sus modelos! Es una orden.
Tomie escondió su sonrisa burlona, si le tocaba pasar la hora con un chico estaría bien. Era una lesbiana declarada, no le causaría ningún problema con sus padres y no tendría por qué haber silencios incómodos o formalidades de ningún tipo.
Aunque, pensándolo bien ¿quién demonios se creía su maestro para pedir semejante estupidez? Bufó regresando la mirada a su cuaderno. Tenía cosas más interesantes que pensar.
—Señor Morgan— dijo Tomie acercándose hasta el profesor cuando la clase había concluido. Él le regreso la mirada con curiosidad, toda la escuela sabía de la fascinación que parecía tener con ella. Su talento era digno de admirarse, a propias palabras del docente.
—Dígame señorita Trümper—la animó a seguir con una sonrisa.
—Tengo mi proyecto final—se aclaró la garganta un tanto incómoda, odiaba ser el centro de atención de aquel hombre. —Escultura, aunque aún no decido en que material—aclaró rápidamente Tomie, notando como el ceño de su interlocutor se fruncía.
—Bien—caviló la respuesta un segundo más antes de relajar su expresión. De haber sido heterosexual, Tomie no dudaba que podría haberle gustado el tipo al verle sonreír. —Tu modelo es Anabelle.
—¿Disculpe? ¿Quién es ella?—preguntó con un tono confuso, no recordaba ese nombre de entre todos los que su madre la había hecho leer para adaptarse a su nueva escuela.

El señor Morgan la miró divertido por su expresión confusa.
—La próxima semana la conocerás— le sonrió dando por terminada la conversación.
La semana pasó demasiado deprisa, entre sus deberes en la escuela y su hogar apenas y le quedaba tiempo para ir con el psicólogo de la escuela. Era el encargado de monitorear cada uno de sus pasos con el fin de que se sintiera bien en la escuela.
Podría decirse que Tomie estaba bien, aun no tenía amigas pero todo el mundo la saludaba cuando pasaba y más de un chico trataba de coquetear con ella, recibiendo un golpe en las costillas. ¿Quién podía culparlos? Con su cabello rubio, unos intensos ojos marrones y una sonrisa en sus labios cualquiera caía en sus encantos. Al menos Tomie sabía que no se fijaban en ella por sus curvas, lograba disimularlas muy bien con la ropa tres tallas más grandes que de la que verdad usaba.
Su cuello cosquilleo al recordar el nombre de su modelo, había creído que le tocaría un chico porque su maestro la creía hetero, pero ahora se encontraba en un dilema. No la conocía, había repasado el listado de nombres, he incluso le pidió a su madre las listas de otros cursos y grados, encontrándose con un montón de personas y nombre diferentes, ninguna llamada así. Sabía que sería malditamente bella, no por algo era modelo pero eso no ayudaba con su nerviosismo.
—¿Qué te preocupa querida? —.Su madre Simone le sonrió desde el otro lado de la mesa de la cafetería. 
—¿Por qué no comes con los demás profesores? —preguntó con la mirada fija en su sándwich, al levantar la mirada y ver la expresión de dolor en la cara de su progenitora se apresuró a continuar —, no es que me moleste comer contigo, es sólo que es extraño...
—No eres la única con problemas para adaptarse —murmuró Simone por lo bajo siendo ahora ella la que se concentrara en su comida —, no es algo que Jörg deba saber.
—Lo sé —contestó Tomie dando por terminada la conversación cuando empezó a masticar sin cuidado alguno su emparedado.
Aún si ambas se quejarán, eso no las devolvería a su hogar anterior. Lo sabían, así que sólo se dedicaban a sonreír cuando el padre de Tomie estaba en la habitación.
El timbre sonó haciendo que la rubia se levantara con cierta pesadez, hoy conocería a su modelo y no había hablado de la hora que debería pasar con ella en casa.
—Madr...Profesora Trümper—se corrigió mentalmente, el trato madre-hija se terminaba en cuanto el timbre se escuchaba—, una compañera irá hoy a casa.
La curiosidad bailó en los ojos marrones haciéndola avergonzarse hasta la médula, agarró su mochila sin cuidado dirigiéndose a su salón de clases.
—No me esperes, saldré tarde.
Tomie quería patearse, pero sólo se maldijo mentalmente. El movimiento de Simonne era predecible, sus palabras solo le indicaban que no creía que era una compañera sino un nuevo ligue el que iría a su casa. Carraspeo incómoda, acomodándose la mochila a la espalda.
Los pasillos aún estaban llenos de estudiantes sin interés por meterse a sus aulas, odiaba eso porque era una persona puntual, pero no se pondría en papel de arreadora de ganado estudiantil. Eso solo le traería consecuencias para nada deseables.
El aula doscientos cinco estaba a la vista, sonrió cuando el aroma de pintura fresca se coló por sus fosas nasales. El señor Morgan le sonrió al final del salón haciendo un ademan para que se acercara.
Pero no lo hizo.
En lugar de eso, Tomie se quedo estática mirando a la chica aún lado de él, su cabello negro caía en cascada sobre su espalda completamente lacio, sus ojos marrones la observaban mientras sus labios se curvaban en una sonrisa pequeña. La siguió evaluando, recorriendo cada centímetro de su cuello llegando hasta sus pechos redondos, la respiración de Tomie se atoró en su garganta mientras seguía descendiendo hasta llegar a su estrecha cintura, comiéndose con los ojos sus largas piernas favorecidas por el short negro.
Era la primera vez que la veía y Tomie supo que estaba en problemas, el errático latido en su pecho era prueba más que suficiente para constatar ese hecho. Sus labios temblaron mientras palidecía, retrocedió lo más lentamente posible como si aquella criatura fuera una peligrosa serpiente.
Huyó del salón de clases sin dar tiempo a nada más, estaba verdaderamente jodida. No se detuvo hasta que llegó a su coche, las piernas les temblaban más que nunca, su ritmo cardíaco seguía descontrolado mientras la confusión se cernía sobre ella. ¿Quién era ella? No, ella no podía ser Anabelle.
Apretó los párpados intentando borrar la imagen de la chica, su corazón se aceleró el doble al recordar la curva de sus labios adornados con un lunar justo bajo ellos. Gimió dándose un golpe contra el capo del estático auto.
—Mierda—masculló entre dientes, al menos el dolor la distrajo lo suficiente como para abrir la puerta antes de colapsar. Tenía que escapar, tecleo un rápido mensaje a Simonne sabiendo que la excusaría de su clase de arte.
No sabía porque, pero debía escapar de ella. No podía respirar su mismo aire, era demasiado para ella.
This is who I am and I am hurting you, what can I say? What can I do?— cantó Tomie a todo pulmón mientras se deslizaba de aquí a allá con pincel en mano. La música sonaba al máximo volumen haciéndola sentir que sus tímpanos estaban a punto de sangrar. Dio dos brochazos sin mucho tacto sobre el lienzo salpicándose de pintura de colores, río graciosamente deteniéndose para ajustarse el pañuelo y no ensuciar su cabello—. No matter how strong my feelings are... I always end up hurting you.
A lo lejos el timbre se escuchó, aunque la rubia no le tomó importancia. Se limpió las manos en su bóxer dejándole una gran mancha de un extraño matiz verdusco.
El golpe en la puerta la distrajo de su tarea, haciendo que Tomie saliera al pasillo y desde la escalera taladrara al objeto de madera con rencor.
—¡¿Quién?! —. Gritó con enojo, comprobando con satisfacción que el golpe se detuvo.
—¿Tomie Trümper? —escuchó que preguntaron al otro lado de la puerta, su estómago se contrajo con la anticipación. Su corazón dio un golpeteo indeciso en su pecho y las rodillas amenazaban con ceder ante su peso. Y ni siquiera la había visto.
No necesitaba confirmarlo, algo dentro de ella sabía quien estaba en el pórtico.
—¿Anabelle Kaulitz? —se atrevió a preguntar tratando de no ahogarse con su propia voz.
—Sí.
Esa sola sílaba la hizo retroceder como si alguien estuviera amenazándola con un cuchillo, se estremeció sin saber si era por miedo o porque carajos se comportaba como una lunática. Lo único que sabía que no podía estar cerca de ella, se sentía como una impura admirando la más bella de las creaciones y eso la entristecía de sobremanera.
—Vete —habló Tomie a duras penas.
—¿Estás bien? —preguntó la muchacha tras la puerta y aunque la rubia no miraba su expresión podía deducir su preocupación por el tono de su voz—, ¿es algún problema conmigo? Parece que viste al demonio mismo hoy en tu clase y yo....
—¡Sólo vete!—gritó, callando de golpe a la otra.
Los pasos alejándose no se hicieron esperar, pero no se confió.
Después de unos segundos sin escuchar nada, Tomie pudo relajarse. Se dejó caer en el sofá de la sala sin mucho cuidado. Era de idiotas actuar como ella lo hacía, pero simplemente no podía permanecer cerca de esa chica.

—Es tan grosero lo que haces —una voz bastante enfadada la hizo abrir los ojos, Tomie se incorporó de golpe y cuando enfocó a Anabelle prácticamente se fue de culo al suelo.
—¡Estas violando propiedad privada! —gritó con una escusa estúpida hasta para sus propios oídos.
—Tu mamá dijo que podría entrar por la puerta de atrás —se encogió de hombros ignorando el hecho de que las mejillas de Tomie se estaban pintando escarlata, como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera reunido ahí para tomar un coctel —, que te pondrías un poco…huraña.
Tomie quiso reír, pero solo se quedo con la mirada clavada en el piso. Sentía sus oídos palpitar, como si su corazón se encontrara tras sus oídos.
—No me siento bien, Anabelle —.Tomie prefirió decir la verdad, sintiéndose una cobarde por escapar así de su modelo, ni ella misma se explicaba su comportamiento. 
—Se supone que debo pasar una hora aquí —dijo Anabelle, como si Tomie nunca hubiera hablado —, puedes dormir mientras yo avanzo con mis deberes.
Tomie mató al señor Morgan en sus pensamientos al menos unas cuatrocientas veces en menos de un parpadeo, lo odiaba hasta en lo más recóndito de sus entrañas. Con gusto sería capaz de destazarlo y dárselo a los perros sin hogar.
Una mano helada la sacó de golpe de su repentino lapso asesino, los ojos de Tomie se ampliaron enormemente al ver a Anabelle a centímetros de su rostro, su escote mostrando un poco de sus senos. Ambas miradas se encontraron y la morena le sonrió.
—Quiero besarte —.Anabelle acarició el labio inferior de Tomie haciendo que su estremecimiento se incrementara, su corazón ya disparado inicio una carrera aun más acelerada que la anterior.  
Los labios suaves y rosados se posaron sobre los otros, con una caricia dulce que se fue volviendo más agresiva conforme pasaban los segundos.
—Tomie —gimió la morena entre sus brazos cuando la recostó en la alfombra persa de Simonne, cerró los ojos dejándose arrastrar por sus acciones. Acarició uno de los pechos suaves notando como el cuerpo bajo ella se estremecía ante sus caricias. Siguió despacio disfrutando de la tersa piel hasta llegar a su vientre, donde jugueteo sobre el ombligo dirigiéndose más abajo, donde el seguro del short estaba.
El olor a alcohol penetró sus fosas nasales, haciéndola sacudirse mientras parpadeaba.
—Al fin despiertas, me diste un susto de muerte —la mirada reprochadora de Anabelle no se hizo esperar —, ¿enserio doy tanto miedo que tienes que desmayarte? —gruñó dejándola tendida en el suelo, Tomie parpadeo confundida mientras su cerebro procesaba lo que creía que había pasado.
—¿Me desmaye? —preguntó a su vez la rubia, siendo ignoraba por Anabelle.
Ambas duraron así varios minutos, completamente en silencio, Tomie estudió el perfil de su acompañante con cuidado, notando su pequeña nariz y la curva de sus labios.
—No te muevas Anabelle —ordenó mientras corría por su bloc de dibujos, regresó solo para encontrarla en la misma posición. Estaba tan inmóvil que Tomie se pregunto en su fuero interno si es que respiraba.
—Billie —masculló suavemente sin moverse —. Odio Anabelle, llámame Billie.
—Bien Billie, siento lo de antes —se disculpó Tomie completamente avergonzada mientras empezaba a dibujar un boceto.
—Descuida, solo fue un poco extraño.
«Y que lo digas» , pensó Tomie, ahora que se había calmado un poco otra clase de sensaciones se habían apoderado de ella.
—También por dejarte en el salón de clases y…
—Ya entendí, no hay problema —el rostro de Billie estaba sin expresión al decir aquello, pero Tomie pudo notar que hablaba enserio —.No serías la primera en hacerlo de todos modos.
—¿Por qué? —demandó Tomie con mucha curiosidad, sin despegar los ojos de su trabajo.
—Solo te diré que tienes suerte que el próximo mes sea diciembre y debas entregar tu trabajo, antes de…—.Billie se cortó a sí misma, había desviado la mirada hacia Tomie solo una fracción de segundo, sabía que había arruinado su dibujo —.Olvídalo.
Tomie frunció el ceño empezando de nuevo en otra hoja en limpio, hasta que notó la mano en el vientre de Billie cayó en la cuenta de lo que se refería. Se mordió la lengua mientras seguía con su trabajo, ella era su modelo y aún si la convivencia seria obligatoria no tenía porque hablar con ella.

—Tienes que estar bromeando —.Billie estaba casi literalmente como pez fuera del agua, con sus labios abiertos en una perfecta O.
—¿Qué? —gruñó agarrando su bandeja de comida. Bien, tal vez sus planes de no hablarle se habían visto afectados desde que la chica le había sonreído al siguiente día en la puerta de la escuela.
Tomie descubrió que estaban en el mismo curso y no solo eso, ambas tenían la misma edad y nacieron el mes de septiembre. Compartían más cosas de las que creían.
También al fin había sabido el porqué Billie no aparecía en la lista que Simone le había dado. Se suponía que la chica dejaría de estudiar debido a su embarazo, pero al haber huido de casa de sus padres aquello no estaba a discusión. Billie estudiaría si o si.
Al menos eso es lo que Simone y los demás maestros sabían. Lo que no sabía Tomie era porque el señor Morgan la había elegido a ella para ser su modelo. No negaba lo hermosa que era, pero su proyecto requería disciplina y Billie ya tenía demasiadas cosas encima.
—Puedo comerme dos hamburguesas yo sola, tengo hambre —se defendió   Tomie tomando una coca-cola de la maquina —, tú eres la que debería comer más —la señaló mientras tomaba una manzana extra, poniéndola en la bandeja de Billie—, estas más delgada, ¿has comido bien?
Apenas habían pasado dos semanas, pero en el vientre de la morena empezaba a aclararse la forma de una pequeña pelota.
«Bebé», se corrigió Tomie, sintiendo sus entrañas contraerse de enojo. A pesar de no hablar sobre el tema del padre era obvio que no iba a hacerse responsable del bebé. Más que eso, Tomie estaba molesta por aquel que había osado profanar tan bello cuerpo.
—Si Tomie, he comido bien —.Anabelle roló los ojos con fastidio actuado mientras le daba un ligero empujón —,pero no necesito demostrarlo como tú.
El roce la dejó aturdida, como la primera vez que la había visto, sus piernas amenazaron con tirarla al suelo sino se sentaba de una vez. Billie al notar su expresión desvió la mirada.
—Perdona —dijo rápidamente mientras se alejaba lo más posible para darle su espacio personal, pero manteniéndose aun así a su lado.
—Vamos a sentarnos —pidió Tomie sintiendo el impulso de arrojar su comida en ese instante y besar a Billie.
Había hablado con el psicólogo y después de la confirmación de su sospecha estaba deseosa de empezar el tratamiento. Tal vez las hormonas de Anabelle empezaban a afectarla también.
Simone las esperaba a un lado de la mesa donde acostumbraban sentarse, ahora que Billie estaba con Tomie ella comía en la sala de maestros. Les sonrió a ambas mientras las veía acercarse.
Anabelle desvió la mirada rápidamente al verla, se sentó saludando con un escueto:
—Hola profesora Trümper.
—¿Qué pasa mamá? —preguntó Tomie al ver la reacción de Billie.
—Quería hablar con ambas —se aclaró la garganta mirando la silla en medio de donde planeaban sentarse—, ¿puedo?
—Si —.Tomie seguía al pendiente de Billie y de cómo su rostro palidecía rápidamente —,¿te sientes bien Anabelle?
Billie volteó a verla rápidamente, Tomie solo le llamaba por su nombre cuando el asunto era de verdad serio, la morena asintió para después ver a Simone.
—No es algo que la escuela deba hacer —aclaró intentando no sonar grosera —,es mi problema no el suyo.
—¿Mamá? —.Inquirió Tomie con una ceja alzada, cuando su progenitora sonrió Billie se estremeció.
—Una persona vino a buscar a la señorita Anabelle, más certeramente su casero. Tiene esta semana para pagar su habitación o será demandada, sus cosas están en la dirección —.Le explicó rápidamente Simone.
Tomie clavó la mirada en Billie, los ojos de la morena estaban llenos de lágrimas no derramadas y por primera vez, Tomie fue capaz de ver la verdadera fragilidad que la envolvía.
—Eso no pasará —dijo solemne, mientras se acercaba a rodear los hombros de Billie —.No dejaré que suceda.
—De eso quería hablarles —.Simone le sonrió a su hija, su instinto de madre no se había equivocado—, la deuda ya fue pagada entre todos los docentes y las cosas de Anabelle están en tu coche hija. Se irá a vivir con nosotros.
En shock, así estaban ambas. Se miraron a los ojos y Simone aprovechó la oportunidad para desaparecer. La cafetería entera tenía los ojos fijos en ellas,  pero a Tomie eso no le importó, tomo las mejillas de Billie que ahora estaban húmedas por las lágrimas y la besó.
Dulce y suave, solo un roce pequeño que la llevó hasta el cielo mismo, casi sentía la caricia de las nubes en su piel.
—Primero embarazada y ahora lesbiana —una voz masculina cortó el momento de tajo, Tomie sintió a Billie estremecerse con más fuerza y cuando se separaron, sus ojos le dijeron lo que quería saber.
«Es él », cantaban las orbes marrones con algo de temor.
Tomie se dio la vuelta, sus rastas recién adquiridas se balancearon con el movimiento como las víboras en la cabeza de Medusa.
—¿Se te ofrece algo Sam? —preguntó con tono firme y sabia, que si el presidente de la sociedad de alumnos no fuera un completo imbécil con el cerebro lleno de moscas habría sido capaz de escuchar la amenaza en su voz.
—Solo me divierto mirando a mi juguete —señaló a Billie sin ningún tipo de consideración y eso enfureció aún más a Tomie—, ¿te lo dijo verdad? Que intentó hacerme creer que el bastardo que espera es mío.
—Perdón si me rio —contestó sarcástica a su vez—, pero ese niño es mío.
La cafetería estaba en un silencio de ultratumba, incluso los chicos con audífonos habían detenido la música a la espera de la confrontación.
—¿Tuyo? —se burló Sam parándose justo frente a Tomie, la ventaja de la rubia era que estaban casi a la misma altura por lo que la intimidación que esperaba conseguir el chico no se dio.
—Mío y de Billie —.Tomie le guiñó un ojo, regocijándose al ver la mandíbula masculina tensarse —, pero no te preocupes esta lesbiana tiene incluso más huevos que tú.
Eso fue todo lo que necesito para sacarlo de quicio, se arrojó sobre ella y al esperar una respuesta tan cavernícola de parte del chico solo se movió a un lado ocasionando que fuera a parar a su plato de hamburguesas.
Sam levantó la mirada solo para encontrarse con la mirada furiosa de Billie, sin meditarlo siquiera levantó su propia bandeja y se la estrelló en la cabeza. Varios  pedazos de lechuga de su ensalada se desparramaron en la mesa, pero la gran mayoría termino sobre el rostro del chico.
Este se incorporó dispuesto a cualquier cosa contra ambas cuando una mano más grande lo detuvo.
—Es suficiente —.El señor Morgan dijo mientras el guardia de seguridad le indicaba el camino a dirección —.Ustedes dos, vengan conmigo.
Tomie llegó hasta Anabelle, rodeándola con un brazo. Un estremecimiento la recorrió completa, pero no detuvo la caricia sobre la piel desnuda del brazo de Billie.
Al llegar al salón de artes ambas compartieron un segundo estremecimiento, después de que la adrenalina había bajado se daban cuenta de la magnitud de sus acciones.
 —Lo si…—la risa del profesor interrumpió la disculpa de Tomie, más que eso, las había dejado todavía más confundidas de lo que ya estaban.
—Eso fue genial chicas —.Morgan seguía riendo esta vez deteniéndose las costillas, como si estas fueran a perforar su piel —, ese chico se lo merecía.
Ambas chicas se vieron y después al profesor.
—Oh, no se preocupen, solo quería sacarlas de ahí antes de que una ola de fans arrasara con ustedes —explicó rápidamente guiñándoles un ojo —, además tu madre me pidió un favor así que ambas pueden retirarse.
Tomie asintió entrelazando los dedos con los de Billie, empezando a andar.
—Por cierto Tomie —las detuvo antes de que salieran por completo del aula —, quiero pedirte permiso, para exponer tu obra. Tu escultura fue sin duda la mejor de la clase sin mencionar el hecho de que crea un gran impacto al verse
—Si Billie está de acuerdo, no tengo ninguna objeción —.Contestó mirando a la morena. Aún si la obra era suya la modelo principal había sido ella, Tomie no solo había plasmado la belleza física de Billie, sino que también había recreado los sentimientos maternos en la estatua, en un momento que había sido robado por ella. Anabelle tenía la última palabra.
—Como desee, si no le importa tengo algo que hacer.
Sin esperar una respuesta, Anabelle estaba sobre los labios de Tomie. Besándola con ansias, sintiendo el corazón de la rubia en una loca carrera que competía con la de su propio corazón.
—Vamos a casa.

Era Nochebuena y Tomie se encontraba arropada hasta las orejas, sus padres habían salido después de las diez con la escusa de visitar a unos viejos amigos. La rubia enrojeció dándose cuenta de cuáles eran sus verdaderas intensiones, esperaba no haber sido muy obvia las últimas noches donde las caricias entre ella y Billie habían subido de mucha intensidad, pero sin llegar a nada más que eso.
—Uhm, Tomie —llamó Anabelle tras ella, iba a voltearse pero apenas había efectuado el mínimo movimiento y Billie la cortó —, espera, primero quiero darte las gracias por… todo.
—Soy yo quien debería agradecerte —el corazón volvía a palpitarle con fuerza, empezaba a sentirse un poco confusa y el vértigo se extendió a lo largo de sus extremidades.
Era como saltar de una avioneta sin nada para sostenerte más que su propia fuerza de voluntad, aunque literalmente era un suicidio se sentía bien. Así la hacía sentir Billie, atontada, confundida, sin voluntad propia y con un vértigo de los mil demonios, pero sobre todo la hacía sentir amada. Porque ambas se amaban sin importar que.
—Te tengo un regalo —suspiró en su oído, causando un estremecimiento en Tomie y otra reacción en su vientre que se negaba a desaparecer —, cierra los ojos.
—Pero…
—Nada, obedece—. Billie cortó su reclamo con una sonrisa, complacida cuando Tomie obedeció —.Feliz Navidad Tomie.
Si no hubiera estado casi recostada sobre el sofá (el mismo desde el cual se desmayó la primera vez cuando se encontró con Billie en su casa) hubiera caído de culo otra vez.
Frente a Tomie, Billie le sonreía con solo un pequeño moño rojo atado a su abultado vientre, nada más.
Intentar decir algo racional estaba fuera de las funciones de Tomie en ese momento, lo único que podía apreciar era la manera en que las mejillas de Anabelle se coloreaban de un bonito rojo, del como su cabello negro caía sobre sus pechos cubriendo sus pezones y de cómo sus piernas se veían aun más largas sin nada.
—He muerto y veo un ángel —balbuceo Tomie completamente embelesada.
—No seas tonta —se rió Billie caminando hasta ella, besó los labios de Tomie atrayéndola hacia sí—, si los ángeles existen, no soy uno de ellos.
—Si existieran, envidiarían la belleza que posees —le contestó la rubia acariciando su vientre —. Te amo Anabelle.
—Te amo —dijo a su vez Billie empezando a juguetear con la blusa de Tomie —.Y estuve hablando con mi tío, no es que haya roto su código contigo, solo le pedí ayuda con mi novia que al parecer no soportaba estar cerca de mí.
Tomie enrojeció, hacia apenas unos días atrás se había enterado de que su psicólogo el señor Kaulitz era tío de Anabelle, y que ella había estado indagando acerca de lo que le pasaba.
—¿Cuál fue el diagnostico para ella? —preguntó mordisqueando los labios de Billie.
—Uh.. dijo algo sobre un tipo… Stendhal —apenas salían las palabras, Tomie se estaba encargando de juguetear con uno de sus pezones haciendo que sus ya revolucionadas hormonas se pusieran en movimiento — y creo que olvide lo demás.
—Ya no importa, me curaste Billie —se rió Tomie recostándola en el sofá, olvidando el frio del infierno que había tenido diez minutos atrás —, sino te importa quiero disfrutar el mejor regalo de toda mi vida.
—¿Más que el Xbox 360 que tu padre te compró? —. Billie bateo sus pestañas de manera inocente.
—Bueno ahora que lo dices…
Tomie fue callada con un golpe en el estomago, mientras unos labios hambrientos se apoderaban de los suyos de nueva cuenta. Robándole el oxigeno. A quien carajos le importaba, estaba en su propio paraíso terrenal entre los brazos de Anabelle.
—Ya veremos si quieres jugar con ese aparato después de que está embarazada con hormonas juegue contigo —amenazó Billie en tono juguetón desprendiéndola de la blusa.